Sunday, September 13, 2009

Los indios siempre tienen la razón.


Se le mira inquieto, a cada minuto parece fruncir más el ceño. Ya ha llegado a tener pequeños espasmos musculares, la cama está empapada de sudor, y se le medio entienden palabras que sin embargo no estoy segura de saber a qué se refieren.
¡Toda la noche chillando sus dientes, y ahora esto!
Pero me da miedo tocarlo, no lo conozco lo suficiente para predecir su reacción, y me da miedo terminar con un ojo morado. Si tan solo no estuviera en la esquina, contra la pared, desvestida, y sin éste olor a guaro que me entra por la nariz y termina por confundir mi vista...
De repente un leve espasmo estomacal, ¡es el colmo que me hayan dado ganas de cagar, y yo sin un mísero calzón que me amarre el intestino!
Le veo la cara, está cada vez más agitado, enojado.
Si tan sólo se cayera de la cama, talvez si lo empujara... pero no, podría agarrarme el brazo y mínimo terminaría desmontado, con un morete en la cara y quizás un diente arrancado.
¡Hay pero esos dientes y ese murmullo me están volviendo loca!, tengo que hacer algo.
Miro la botella vacía de guaro, que está justo a mi lado, escondida en la hendija que se forma entre el colchón y la pared, con ese rostro blanco de indio sabio que me dice: "golpéalo y salte del rincón".
Bueno... es que sino voy a terminar embarrándole la cama, como en aquella película europea, la de los drogadictos con agujas, heroína y escamas en el alma. Pero si lo golpeo se enojará, y entonces quizás sea yo quién termine con toda la cara morada.
Intento tocarle el hombro pero un espasmo muy violento me interrumpe a medio camino. Me arrincono con desesperación de nuevo a la pared, frunciendo el orto, con temor a que se me escape un pequeño pedazo.
Lo pienso un poco, ya no puedo más. Calculo entonces el espacio que hay entre mi lado y el suelo, creo que no es demasiado. Me levanto con prontitud e intento un salto desesperado. Mi mente pierde control sobre mis músculos, y se derrama todo aquel líquido café sobre el sujeto y la cama. Caigo mal y se me dobla el tobillo. Suelto un grito enorme de dolor, y por mi peso, al ser piso de madera, retumba la habitación, se desacomoda una varilla mal puesta, y termina por caerme una pelota de boliche en la cabeza, haciendo que mi nuca se golpee contra el filo de la cama.
Pobrecillo.
Imagínense lo que es despertarse de una pesadilla completamente agotado, empapado, y con el corazón queriéndosele salir del pecho, para encontrarse con un hecho imposible de explicar, todo oliendo a mierda, la policía encima de uno, y muchos años que descontar en la cárcel.
Debí haberlo golpeado con la botella de cacique: los indios siempre tienen la razón.

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Paola Cascante
24-05-2009
Tema: Pesadillas

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