Sunday, September 13, 2009
Hoy quería verte…
“Hoy quería verte. Enterrarte a vos un puñal por el sueño extinto de un pedazo de vida ahora inerte, y respirar cordura en vez de esta codicia que hoy me quema hasta los huesos, y hace rechinar mis dientes”, terminada la frase levantó con rapidez sus manos, pero en una ágil maniobra el hombre se apresuró a tomarla de los brazos, sujetarla con fuerza, e intentó evitar otra muerte.
Estaba sola. Su tez asemejaba a la de una diosa griega, con las piernas entrecruzadas y la espalda recta, pero curiosamente prefería posar de pie frente a un espejo justo al lado izquierdo de la puerta. Cuando estaba de pie, sus pequeños talones cabían con extraña precisión en cada azulejo, forzados a formar una uve en dirección a la esquina más oscura del salón, y sus manos se balanceaban con sutileza en un vaivén mecánico que le hacía evocar ciertos recuerdos que sin embargo en aquel momento no eran apropiados, mucho menos bien recibidos. Además del gigantesco reflector que sin embargo no era capaz de encarar a ojos abiertos, un pequeño televisor que no hacía ruido alguno se posaba en la esquina derecha superior del cuarto, y un reloj gigante clavado sobre la puerta parecía clavarle cuchillos al aire en cada tic-tac que emitía.
Tenía la mirada perdida. Su respiración fuerte y entrecortada parecía funcionarle como placebo, como un invento maquinado por el destino para hacerla sucumbir en un sueño que parecía mudo, provocando que cada una de las imágenes recordadas se hicieran cada vez más vivas, aunque su razonar más hiriente. En medio de la habitación se encontraba una cama grande pero un tanto incómoda, de colchón ortopédico, ya un poco amarillenta. De no ser por la dureza de los resortes y la tela que la cubría, bien pudo haber funcionado como caja de arena, tomando la forma de quien se posase sobre ella.
Apretaba con fuerza sus dientes. No podía entender el sentimiento que al parecer ahora le abordaba con más fuerza que antes, porque tenía el pecho vacío. Vacío, sí, drenado, literalmente sin un pedazo de vida por dentro, su vida y la vida de otro pedazo de carne, como ella pero más ingenuo y más pequeño. ¿Pero cómo saberlo? De niña, cuando aún se tiene la boca grande y la razón pequeña, se había atrevido a decir aquel discurso adornado justo con aquella palabra que con los años redescubrió maldita, la misma que hoy la ataba y quebrantaba su espíritu, como cuando se latiga con una diminuta rama de café un pedazo de estiércol que parece seco, y se despedaza poco a poco con cada golpe, escurriendo un líquido amarillento, legándole al aire un distintivo olor a mierda que ni aún vomitándolo se puede olvidar con facilidad.
Tenía la boca abierta. Sí, abierta, con el ceño fruncido y apretando los dientes con fuerza. Recordaba aquellas palabras, aquella verborrea inquisitiva que hoy le parecía blasfema, aterradora, obscena. El idealismo de creer entender las causas por las que una persona tenía que valorar la vida, como obligación moral, sin importar las circunstancias. Recordó la molesta intervención de una de sus compañeras, abogando conciencia, sobriedad, sentido común, humanidad con certeza. Decía la muy ilusa que si por violación, que si se forzaba, que si por piedad, que si por respeto a la integridad, que no por torta ni autocomplacencia. Pero de pronto y como un golpe repetitivo, el recuerdo que le seguía a aquella imagen parecía taladrarle la cabeza, y un movimiento involuntario le azotó los músculos próximos a los de su oreja, bajando por su cuello, llegándole a los brazos y las piernas.
Tenía las manos manchadas. Presiona con fuerza un pedazo de vidrio estancado entre la palma y los dedos de su mano, pero el dolor parece no fluir por sus canales nerviosos. De repente un doctor entra con semblante tranquilo, brusco, sin previo aviso, pero queda estupefacto viendo la escena. El cuerpo de la mujer se posa sobre la cama, con la cabeza erguida y su mirada ahora sí fija en el espejo. Desnuda se balancea de un lado a otro como un péndulo, siguiendo el tic-tac del gran reloj que ahora la ha hecho su presa. Hay sangre regada en el colchón, en el piso, sobre el televisor y en la perilla de la puerta, y de su boca sale un susurro que no produce eco ni resuena: “… hoy quería verte. Enterrarte a vos un puñal por el sueño extinto de un pedazo de vida ahora inerte, y respirar cordura en vez de esta codicia que hoy me quema hasta los huesos, y hace rechinar mis dientes”
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Paola Cascante
23-07-2009
Tema: Ironías
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