
Abrir o no. Desde hacía algunos minutos su noción de vida giraba en torno a esa decisión, todos sus sentidos se enfocaban en el cerrojo, y aún su mano no podía hacer volver la perilla. Era simple, pero ¿y si estaba trancada?; entonces tendría que hacer más esfuerzos, y eso le daba pereza, meter su mano en el pantalón y escarbar un poco hasta encontrar el puño de llaves, una ardua, cansada y monótona escena. ¿Y luego que?; no bastaba sólo con sacarlas, sino encontrar la correcta: otro esfuerzo absurdo que se había vuelto en parte de su vida.
Buscaba descanso detrás de la puerta, siempre esa fue su empresa. Detrás de ella un manojo de cosas desnudas, imperceptibles en la oscuridad que sin embargo, si se chocaba con ellas, eran capaz de hasta hacerle tropezar. Pero quizás no estaban allí, después de todo con los ojos cerrados se puede simular lo que se concibe como vacío, y tal vez la existencia de los objetos estaba sujeta a la percepción que se plasma en los ojos y es procesada por la mente, lo que nos enseñaron cuando niños, cuando no conocíamos nada… -pensaba-
Cerró entonces los ojos e imaginó una sala desnuda, su sala, evocó esfuerzos internos y logró visualizar la cocina, una pequeña estancia, el baño y al final del pasillo su cuarto, también desnudo, paradójicamente detrás de otra puerta, sin cerrojos ni perillas, de la cual sólo bastaba empujar para hacerla desaparecer por algunos instantes de las bisagras que se aterían a ella cuando estaba cerrada.
Así que la existencia de todas aquellas cosas estaban sujetas a su percepción, en realidad su tranquilidad no yacía en lo que se posaba en ellas, sino en su ilusión de ver sentir y poseer todas aquellas cosas que al fin y al cabo era posible que no existiesen, porque no emanaba de ellas ningún sentimiento, y las cosas frías y desnudas no pueden hablar. Es obvio que para nadie aquel hecho era importante, simplemente era suficiente con haberlas hecho su posesión a base de esfuerzos infrahumanos, o quizás demasiado humanos, e inclusive para él tampoco eso era importante, no hasta ahora, no luego de algunas horas nostálgicas en la silla del edificio del frente, no luego de haberse detenido ante la puerta.
De repente un apagón. Seguía inmóvil con la mano en la perilla, unos cuantos segundos y las luces de emergencia se encendieron dándole un aspecto tenue y rojizo a lo que se hallaba de frente. Volvió a ver hacia el bombillo, que estaba a sus espaldas, pero luego, al volver su mirada a la puerta, encontró un rótulo que le iluminaba la cara. Ábrame, decía la misteriosa inscripción. Así que la locura era esto, pensó mientras tapaba con las manos sus ojos, que temblaban al unísono del vacío, vértigo que envolvía su estómago y le provocaba querer vomitar sin nunca poder hacerlo. Un par de pasos hacia atrás, con los ojos cerrados, metió las manos en sus bolsillos, un respiro profundo y abrió los párpados, con el alma queriéndosele escapar empujando con fuerza sus córneas, empapadas con sudor, enrojeciendo sus ojos. Una imagen frágil frente a su cara, el letrero ya no estaba, pero en vez de ello, un transeúnte que lo imitaba; secó sus ojos y se dio cuenta que era su cuerpo lo que se reflejaba.
Se adelantó un poco ante el espejo, logro ver su rostro, pero no encontró algo cotidiano en él, estaba pálido, se sentía frío, desnudo y sudoroso. Pasó la mirada por su cuerpo, pero se rindió enfocándose de nuevo en su cara, trató de asomarse en los ojos, como si quisiera encontrar algo perdido, algo que sin embargo sabía ya no era suyo, porque tampoco extrañaba, y no lo lograba. Puso su mano en la pared, fría y desnuda como él, cerró los párpados y de inmediato se escuchó un murmullo, un clamor, como agujas que parecían azotarle el cuerpo. A lo lejos el llanto de un niño, las sirenas de una ambulancia, y de repente, unos segundos después, el eco que aún rebotaba en las paredes de un disparo seco en la nada.
Paola Cascante.
07-01-06.
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